Los últimos días del guacamayo azul

by Claudio Bertonatti. Published in Vida Silvestre, the magazine of the Fundación Vida Silvestre Argentina. July/August 2001, Issue Nº 78, pages 44-50

De color azul-verdoso brillante, fue uno de los guacamayos más hermosos. Era de gran tamaño y habitaba en Brasil, Bolivia, Paraguay, Uruguay y la Argentina. Su último avistaje se produjo en 1950 y actualmente se lo considera extinguido.

Un extenso palmar cubre la planicie, ligeramente ondulada, cercana al gran río Uruguay. Los frutos anaranjados de las palmeras yatay cuelgan en generosos racimos para atraer a una de las más espectaculares aves del planeta: el guacamayo azul. Un pequeño grupo de estos loros colosales vuela rapidamente con un batir de alas agitado y nervioso, provocando un destello turquesa, que contrasta con las nubes blancas que interrumpen el azul del cielo. Las aves se detienen para posarse sobre lo alto de las palmeras. Allí saborean sus dátiles salvajes, mientras vociferan con gritos potentes, roncos, repetidos y breves. Poco más tarde, volaran como vinieron, con rumbo incierto, hasta perderse en el horizonte.."

Ese bien pudo ser el relato de uno de los tantos avistajes que el guacamayo azul o violáceo tuvo durante el siglo XVIII, cuando todavía era común en el Cono Sur de América. Pero aquellas imágenes azuladas de vuelos raudos nunca volverán a repetirse. Podríamos quedar pensativos, pero los invito a conocer mejor la historia natural de este protagonista.

Era uno de los papagayos más hermosos que se haya conocido, racias a su color azul-verdoso brillante. Era grande, ya que podía alcanzar una longitud de unos 75 cm. Sobre su biología nos quedan más dudas que certezas, con interrogantes sin respuesta y no pocos datos contradictorios o desconocidos. Sí, sabemos que sus territorios se extendían por el sur de Brasil, el este de Bolivia y Paraguay, el norte de Uruguay y el noreste de la Argentina, donde se lo registro hasta el sur de Entre Ríos.

Casi con seguridad, el primer hombre blanco en prestarle atención fue el jesuita español José Sánchez Labrador, que -al decir de su par contemporáneo Martín Dobrizhoffer- "era un minucioso investigador de las ciencias naturales". Al igual que muchos de los jesuitas, se ocupó tanto de las acciones evangelizadoras como del estudio de la naturaleza. Poco después de que la orden fuera expulsada en 1767, comenzaron a salir a la luz muchos de sus trabajos, los únicos -por entoncesque revelaban la geografía, etnografía, historia y naturaleza del Nuevo Mundo. Muchos se destruyeron o extraviaron en los archivos de Europa, pero entre todos se salvó el siguiente testimonio de Sánchez Labrador: "Hay muchisimas de estas aves en los bosques de la orilla oriental del rio Uruguay, en las selvas del rio Paraguay se ven raras. Se amansan grandemente y hacen algunas cosas que sorprenden. En el pueblo intitulado La Concepción de Nuestra Senora, compuesto de indios guaranies, había un guaa de estos azules muy manso." Es de inédito valor su referencia a la abundancia (dice "muchisimas") y en especial cuando estamos seguros de que no lo confunde con otros guacamayos, dado que era mascota frecuente en las misiones. Pero estas observaciones se acaban con el decreto del Rey de España, Carlos III, quien ordena la expulsión de todos los jesuitas. Llegan las privaciones y la destrucción de muchos de los apuntes de valor científico e histórico. Los que logró salvar Sáanchez Labrador, le fueron quitados en Buenos Aires. Ya devuelto a los Estados Pontificios, acude a su única fuente de documentación que quedó a salvo: su colosal memoria. Asi, rescata los conocimientos que transcribe en rnás de una docella de obras, algunas de las cuales tampoco pudieron llegar a nuestros días, como los cuatro tomos sobre el "Paraguay Cultivado" o los "Nombres de animales y plantas. Grados de parentesco." De ahí, el valor del testimonio citado. Pero sigamos adelante.

Los guaranies lo llamaron gua’á hovy o arapachá. Tanto "gua,á" como "ara" son onomatopéyicos: reproducen su potente grito. A pesar de las noticias referidas, entre los zoólogos no se sabía todavía de la existencia de este animal. Su descubrimiento tuvo que esperar. Primero, al militar y naturalista Félix de Azara, quien lamentó como el clero v el poder civil sucesor de los jesuitas "arruinó v destrozó" aquellos esfuerzos por construir el conocimiento. En 1807 describe minuciosamente al guacamayo, pero como se rehusaba a seguir el sistema de clasificación ideado por Carl von Linneo, tuvo que ser su colega francés Louis Jean Pierre Vieillot quien lo bautizara para la ciencia: Anodorhynchus glaucus. Ello, nueve años más tarde y basándose en las mismas descripciones de Azara, quien - a propósito de ello - lo llamó simplemente "El azul". Según decía él, "todo el resto, sin excepción, es celeste encima y lo mismo debajo, aunque menos vivo, pero en la oposición de la luz cambia en verde mar". De ahí la elección de la palabra glaucus, que recuerda esta coloración. Casi dos siglos después, el ornitólogo Tony Pittman concluyó una exhaustiva revisión museológica y bibliográfica sobre la especie (1992). Uno de sus descubrimientos fue que se trata de la única especie del género cuyo plumaje cambia de color segun la incidencia de la luz. De ahí que, con mucha luminosidad, se viera azul o violáceo, y que, con luces tenues, verdoso o turquesa. Se supone que esta cualidad le permitía mimetizarse entre las hojas de las palmeras yatay (Butia yatay) para pasar desapercibido ante los agudos ojos de las grandes águilas, sus potenciales predadoras.

El hábitat

Según parece, este psitácido habitaba en sabanas con isletas de monte, rodeadas de pajonales o esteros, y en palmares cercanos a ríos con barrancas pronunciadas. Los frutos de la palmera yatay serían uno de sus bocados predilectos, según cuenta Martín de Moussy allá, por 1860. Azara acota que su dieta "se limita a frutas, semillas y datiles...". Hoy, un importante palmar de yatay están protegido en el Parque Nacional El Palmar (provincia de Entre Ríos), pero desde luego ya no cuenta con estos grandes loros.

Un testigo clave de los días del guacamayo azul fue el célebre naturalista francés Alcides D’Orbigny, quien recorrió los terrenos del gran loro por 1827 y 1828, entre esteros, palmares, campos, poblados y costas del río Paraná. Impresionado por los vastos palmares de yatay que había a lo largo de los ríos, predijo con tristeza su destrucción ante el avance implacable de la agricultura. En 1827 avistó, en la Provincia de Corrientes, los que parecen ser los últimos ejemplares capturados en la Argentina. El caza y llega a probar la carne de algunos ejemplares de "esta bella especie de ara azul que los guaranies nombran araracá". Pero su sabor no parece haber sido digno de su paladar, ya que era "tan coriácea que no podía comerla." Una de esas aves colectadas sería la preservada en el Museo de Historia Natural de Paris.

El 20 de diciembre de 1827, estando en el noroeste de Corrientes, en la ribera del río Paraná y cerca de los ríos y esteros de Itaibaté y de Santa Lucía (no muy lejos del actual Parque Nacional Mburucuyá), apunta: "A todo el largo de la barranca se veían diseminadas yuntas de guacamayos color verde glauco, cuyos gritos agudos repetía sin cesar el eco del bosque. Cada cual se mostraba ante los enormes agujeros que cava en la barranca, para desovar, o posado en las ramas colgantes de los árboles que coronan las costas. A esos gritos agudos se mezclaba el grito no menos desagradable de las pavas de monte, que recién cesaba cuando nos alejábamos de sus nidos." Azara, una vez más, nos relata que "...cría no sólo en agujeros de troncos, sino más bien y con mayor freqüencia en los que fabrica en las barrancas verticales de los ríos Paraná y Ururgüáy...", donde depositaba -probablemente - no más de dos huevos.

El último avistaje

El comandante Luis Jorge Fontana fue otro actor en este escenario chaqueño. Luego de su campaña militar para conquistar el Chaco argentino, publica su libro "El Gran Chaco" (1881), donde menciona la presencia de nuestro loro, como Ara glauca, en lo que consideraba un vergel: " Si el paraiso existió en América, como es mi opinión, aquí fue sin duda". No está de más aclarar que la Provincia de Chaco por entonces no existía y el territorio explorado era parte de la actual Provincia de Formosa. Recordemos el texto del telegrama que envía al entonces Ministro de Guerra y Marina, General Julio A. Roca. Cerca de la frontera con Salta y de la costa formoseña del río Bermejo, escribia en el invierno de 1880: "Estoy en Rivadavia. Queda el Chaco reconocido. He perdido el brazo izquierdo en un combate con los indios, pero me queda el otro para firmar el plano del Chaco que he completado en esta excursion." Fontana perteneció a la llamada generación del ’80 y exhibió una gran vocación de naturalista. De hecho, se formó bajo la dirección del sabio prusiano German Burmeister, quien dirigía el hoy llamado Museo Argentino de Ciencias Naturales "Bernardino Rivadavia".

Para mediados del siglo XIX, el guacamayo azul ya era poco común, y hacia 1895, un ave "muy rara", al decir de Eduardo Ladislao Holmberg, el primer director del Jardin Zoológico de Buenos Aires y uno de nuestros más brillantes naturalistas. Así, poco a poco, los avistajes comienzan a borrarse del mapa. Los sintomas inconfundibles de esa rareza que precede a la extinción - como diría Darwin- no alarmaron a la comunidad científica, que, en honor a la verdad, poco advertida o informada estaba de aquel destino tan sombrío y próximo. El Profesor Julio R. Contreras rescató datos que podrían considerarse los de las últimas aves libres observadas en la Argentina (ver recuadro 1).

En Uruguay, el Prof. Raúl Vaz-Ferreyra - una de las máximas figuras de la zoología sudamericana- fue el protagonista del que consideramos el último avistaje de ejemplares de la especie (ver recuadro 2). Fue en 1950, cuando recorría en automóvil la ruta desde la localidad de Artigas hacia Bella Unión, más exactamente a unos ocho kilómetros hacia el sur de la última localidad, al noroeste de su país. Aunque retornó a ese lugar en dos períodos posteriores (entre 1952 y 1955, y entre 1972 y 1989), nunca más volvió a verlos y nadie más los ha vuelto a citar. Rastreando la zona donde lo había visto, notó que hasta el camino había sido cambiado por otro. Aquellos árboles jóvenes ya dificultaban la visión general y, en particular, el reconocimiento del lugar exacto del hallazgo. De todos modos, lo más probable es que ya fuera tarde. Los días del gua’á hovy se habían terminado.

Si analizamos las posibles causas de su desaparición, tendríamos que pensar en la colonización de su hábitat, que se acentuó a partir de fines del siglo XIX; el aumento de la navegación; el desmonte de los bosques ribereños; los disturbios al transportar los troncos por el río mediante el sistema de "jangadas"); y su eventual caza o captura comercial para abastecer al mercado de animales de colección. No habría que descartar alguna epizootia, como ocurrió con la extinta cotorra de Carolina (Conuropsis carolinensis), de Estados Unidos, o bien problemas genéticos (endogamia) en sus fragmentadas poblaciones.

Especie vulnerable

El ornitólogo Carlos Yamashita opina que ue un ave con una dieta demasiado especializada, porque de las cinco especies de palmeras de la región, todo parece indicar que se alimentaba de una: la yatay. No sólo eso, sino que era muy selectiva también al mornento de escoger sus dátiles. Naturalmente, esta dependencia tan "exquisita" la hizo vulnerable ante la violenta desaparición de los palmares para dejar lugar a la agricultura y la ganadería.

Pero, siguiendo en este terreno de hipótesis, podríamos considerar un hecho que, hasta ahora, parece haber pasado desapercibido: la Guerra del Paraguay o de la Triple Alianza, que enfrentó a Paraguay con Uruguay, Brasil y la Argentina entre 1865 y 1870. Por empezar, el escenario del sangriento conflicto se superpuso con la distribución geográfica del guacamayo. Si observamos los registros fotográficos o daguerrotipos del enfrentamiento -inmortalizado en las pinturas de Cándido Lopez-, no será dificil percibir los daños ambientales que la artilleria, las maniobras navales y el movimiento de tropas en combate produjeron sobre las barrancas ribereñas y los demas ambientes ocupados por estas aves. Aunque ésta no haya sido la causa más importante (algo que ignoramos), sin dudas debió contribuir negativamente con su desaparición.

Curiosamente, el único espécimen que queda en el país, más precisamente, en el Museo Argentino de Ciencias Naturales "Bernardino Rivadavia", tiene por único dato de colección "Paraguay". Además de esa piel de estudio que queda en nuestro país, existen unos 20 especimenes en un puñado de museos, como el Británico, el de Paris, el de Nueva York y el de Washington.

Es curioso, pero no fueron pocos los ejemplares que llegaron a exhibirse en los zoológicos de Londres, Amsterdam, Berlin y Paris. Se ha dicho que el último individuo cautivo de la Argentina vivió más de 20 años en el Zoológico de Buenos Aires, hasta que murió, en 1938. Pero ese ejemplar (presumiblemente, de origen brasileño), si es el que se corresponde con la foto publicada en la prestigiosa revista de ornitología "El Hornero", en 1936, pertenecia a otra especie: el guacamayo indigo (Anodorhyhchus leari), según lo considera el especialista Tony Pittman. El nuestro era muy parecido a éste, y hay ornitólogos que sostienen que ambos conformaban una única "superespecie". Si fuera así, podría analizarse la posibilidad de reintroducir estas aves en nuestro país, una posibilidad que vale la pena considerar.

Para cerrar el caso, lo concreto y cierto es que en las listas o "libros rojos", la especie ya figura en la categoria de "extinta". Hasta hace un par de décadas, aún había expectativas: "Si todavía sobrevive , sus números deben ser extremadamente bajos". Por entonces, todos los artículos terminaban con la esperanza de reencontrarlo, aunque otros ornitólogos, como Manuel Nores y Dario Yzurieta, ya temían lo peor: "Probablemente extinto, a pesar de que fue abundante en otros tiempos. Sólo tres registros en el siglo XX. Hay remotas posibilidades de que aún subsista en selvas marginales de ríos no navegables". Pero esa esperanza hoy está perdida, como aquel vuelo turquesa que se desvaneció en un horizonte de palmares y riberas, por una ruta donde el retorno ya no es posible.

Recuardo 1

de Prof. Julio. R.Contreras (Museo Argentino de Ciencias Naturales ("Bernardino Rivadavia")

Recuerdos no tan lejanos

"Hablando con ancianos pobladores de Las Lomas, todavia recordaban haber visto alguno en las afueras de la ciudad de Corrientes hacia las décadas de 1910 y 1920, incluso hasta cerca de 1930. Debo a mi tio, don Félix Contreras Gonzalez, un hombre de gran cultura y excelente observador de la naturaleza, fallecido a los 95 años, en 1985, referencias sobre la presencia de algún ejemplar en los bosques y palmares del Riachuelo, al sur de dicha ciudad, por los años 1915-1919. Coinciden estos datos con el de un vecino correntino, don Floro Ramirez, que observó una pareja nidificando en un antiguo timbó a ocho kilómetros hacia el noreste de la ciudad de Corrientes, por 1930."

Recuadro 2

de Prof. Raúl Vaz-Ferreyra de la Universidad Nacional de Montevideo, Republica Oriental de Uruguay.

El ultimo avistaje

"Vi un loro azul, un poco verdoso, similar a los guacamayos azules, pero más chico; obviamente más chico. Estaba parado sobre un poste de alambrado; al lado de eucaliptus, más bien chicos. Pensé que se trataba de un animal cautivo y escapada. Me acerqué a él y él se voló. Se fue del lugar donde yo estaba a un grupo de eucaliptus que estaba cerca. En ese tiempo era cosa admitida que Anodorhynchus glaucus se encontraba en Uruguay (había sido citado en la lista de Tremoleras, que era la lista que manejábamos entonces), con lo cual, en un primer momento, no tuve duda en atribuirlo a esta especie. Cuando se llamó la atención sobre la rareza de la especie, comparé el recuerdo de aquel espécimen con otros guacamayos o aras azules. Bueno, era obviamente diferente. Era más chico y lo que me pareció, por lo menos, es que era más verdoso, menos azul que los ara azul conocidos."

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